Señor, haz de mí un instrumento de tu paz:
donde haya odio, ponga yo amor,
donde haya ofensa, ponga yo perdón,
donde haya discordia, ponga yo unión,
donde haya error, ponga yo verdad,
donde haya duda, ponga yo la fe,
donde haya desesperación, ponga yo esperanza,
donde haya tinieblas, ponga yo luz,
donde haya tristeza, ponga yo alegría.
Oh, Maestro, que yo no busque tanto
ser consolado como consolar,
ser comprendido como comprender,
ser amado como amar.
Porque dando se recibe,
olvidando se encuentra,
perdonando se es perdonado,
y muriendo se resucita a la vida eterna.
San Francisco de Asís, la revolución de la pobreza
Francisco comenzó su revolución desde lo más íntimo de su ser. Nacido en Asís en 1.181 u 82, no recibió de bautismo el nombre de Francisco sino que se llamaba Juan. Pero su padre, un adinerado mercader de telas que viajaba muy a menudo a Francia, puede que fuera el primero que le llamara Francesco.
Su pueril despreocupación fue transformada por la guerra entre Perugia y Asís, el cautiverio y la enfermedad, en una infinita angustia vital. No existía más la paz para él. El trovador alegre de Asís se había hecho todas las preguntas sin encontrar respuesta. Por eso, decidió retirarse a orar y a atender a los leprosos para escarnio de su familia. Eligió las «periferias» de las que habla el Francisco de hoy. Y, en su recogimiento, escuchó una voz en la iglesia de San Damián, tras mirar el crucifijo: «Francisco, vete y repara mi iglesia, que se está cayendo en ruinas».
Y aunque Francisco lo entendió en el sentido literal de la palabra, -pues reconstruyó el templo-, la realidad revelaría después que la restauración de Francisco fue la de encauzar a la Iglesia por el camino del Evangelio en un tiempo en el que sus pastores vivían más preocupados por medrar y conseguir fortuna que por ser pastores con olor a oveja.
Y entonces, cuando halló la paz, comenzó a predicarla incansablemente, a defender la dignidad de la pobreza, a proclamar el amor de Dios y el amor por las criaturas. Sólo tres le siguieron. Y Clara, la aristócrata que vivía en un palacio fortificado, que se negó a casarse con 15 años porque su vida ya era de Dios y que quedó fulminada por el ejemplo de Francisco. Ella fundó la Orden de Santa Clara. Él la de San Francisco. De ambos troncos han florecido las numerosísimas ramas que componen el frondoso bosque franciscano.
A Francisco le gustaba la naturaleza. Amaba a Dios en sus criaturas. Es famoso el capítulo con el «hermano lobo» que aterrorizaba a la ciudad de Gubbio donde Francisco cuidaba de los leprosos. El santo de Asís se enfrentó a un lobo que devoraba rebaños y atacaba a las personas. Lo cuenta las «Florecillas de San Francisco», una recopilación de episodios de su vida escrito hace más de 700 años. Francisco logró un pacto entre la bestia y el pueblo. Gubbio mantendría al animal y este nunca más les haría daño. «Yo quiero, hermano lobo, hacer las paces entre tú y ellos, de manera que tú no les ofendas en adelante, y ellos te perdonen toda ofensa pasada», describe el relato.
Misionero, poeta y profeta
El Francisco argentino hablaba hace unos días en el diario «La Repubblica» del santo que visita este viernes y del que toma su nombre: «Es un misionero, es un poeta y profeta, es un místico, se encontró con el mal y salió de él, ama la naturaleza, los animales, la hierba del campo y las aves que vuelan en el cielo. Pero, sobre todo, ama a la gente, a los niños, a los ancianos y a las mujeres».
A buen seguro, el Papa conoce las palabras de Tomás de Celano hablando del «pobrecillo de Asís». Un Francisco al que imita hablando de forma sencilla, edificando con su discurso a quien le oye. «Nunca fue oyente sordo del Evangelio sino que, conservando en su memoria cuanto oía, procuraba ponerlo en práctica sin tardanza. A todos anunciaba la conversión con gran fervor de espíritu y gozo de su alma, edificando a los oyentes con palabras sencillas y corazón generoso. Su palabra era como un gran fuego, penetrante hasta lo más hondo del alma, y suscitaba el asombro en todos».
Hoy Francisco devuelve la visita que hizo al Vaticano San Francisco en 1209 para buscar la aprobación del Papa Inocencio III. El Pontífice bendijo entonces la obra de San Francisco. Hoy, otro Francisco, Papa, viaja a Asís para ser bendecido por el mendigo de Dios.
(Fuente: http://www.abc.es/sociedad/20131004/abci-francisco-asis-revolucion-pobreza-201310031832.html)