
Un día mi maestro, que me vio dando excusas después de una explosión de ira, me llevó al salón, me entregó una hoja de papel lisa y me dijo: ¡Estrújalo!. Asombrado, obedecí e hice con él una bolita. Ahora, volvió a decirme, déjalo como estaba antes. Por supuesto que no pude dejarlo como estaba. Por más que traté, el papel quedó lleno de pliegues y de arrugas.
"El corazón de las personas - me dijo - es como ese papel. La impresión que dejas en ellos será tan difícil de borrar como estas arrugas y estos pliegues".
Así aprendí a ser más comprensivo y paciente. Cuando siento ganas de estallar, recuerdo ese papel arrugado.
La impresión que dejamos en los demás es imposible de borrar, más cuando lastimamos con nuestras reacciones o con nuestras palabras. Luego, cuando queremos enmendar el error, ya es demasiado tarde. Pensemos antes de hablar y de actuar.
Autor desconocido
No hay comentarios.:
Publicar un comentario